Desde mi ventana, un generoso trozo de cielo me contempla.
La desportillada azotea de un edificio cercano y antiguo se muestra.
A lo lejos un pedacito de mar y la Barceloneta.
Suena el graznido hueco de una gaviota y la suave brisa entra pausadamente y hace suspirar las blancas cortinas de mi balcón.
Cierro los ojos y permito que el murmullo cálido del exterior me envuelva.
Me descalzo y apoyo los pies desnudos sobre el frío suelo.
Silencio...
Y mi corazón se aquieta.
Placeres de un verano que se ha ido como un soplo.
Ojalá la memoria nos conserve luz para recordarlos y la ilusión de que, dentro de un año, volverán otra vez....
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